El 11 de mayo el preso Patxi Ruiz inició una huelga de hambre y sed en la cárcel de Murcia en protesta por las amenazas que recibió por parte de funcionarios de esa prisión. Han transcurrido 13 días desde entonces, en el que la salud del preso ha empeorado considerablemente, y en este tiempo también han sido innumerables las pintadas aparecidas en sedes de partidos políticos e incluso en la propia vivienda de la secretaria general del PSE Idoia Mendia.
A raíz de todo ello, el debate se ha situado en la supuesta falta de contundencia en el rechazo a esas pintadas por parte de EHBildu, y por otro lado, en el hecho de querer comparar las consecuencias de una pintada con la situación de los presos y presas, en todo caso mucho más sangrante. Y así, nos situamos entre la contundencia exigida en el rechazo a las pintadas y la contundencia exigida en el rechazo a la política penitenciaria, como si ambas cuestiones no pudieran encontrar un espacio común. Pues bien, creo que el acercamiento a ese espacio común nos lleva a tratar el tema sobre tres dimensiones: la dimensión ética, la de la justicia y la de la convivencia.
La dimensión ética de lo ocurrido en el pasado parece haber vuelto con las pintadas realizadas en el domicilio de Idoia Mendia. Incluso la propia secretaria general del PSE exigía mayor contundencia en el rechazo a este tipo de actuaciones por parte de EHBildu, toda vez que parece entiende que EHBildu tiene una responsabilidad heredada de estas actuaciones de las que tiene que hacerse cargo.
No comparto esta opinión de Idoia Mendia, porque considero que EHBildu, tanto mediante su candidata a lehendakari como por diferentes cargos electos, ya ha dejado claro que se sitúa en contra de estos actos. Ahora bien, sí creo que esas pintadas en un domicilio particular, no son banales. Las consecuencias de las pintadas, si bien se hacen sobre un bien material, no se solucionan solo echando un poco de disolvente. Porque las pintadas también tienen unas consecuencias personales sobre la persona que las recibe, de miedo, de haberse sentido violada en su vivienda, su espacio de seguridad, de protección. Porque siempre he considerado que las viviendas simbolizan nuestro espacio de inviolabilidad, también cuando la policía realiza en ellas detenciones extremadamente violentas e innecesarias. Sin equiparaciones, pero esta posición que he mantenido en el tiempo, es la que me lleva a no minimizar las consecuencias de estas pintadas.
Pero estas pintadas suponen incluso atacar la libertad de opinión, de expresión y de participación política de Idoia Mendia. Porque guste o no, Idoia Mendia representa a un elevado número de personas que le han votado en este país. Personas, a las que se les debe un respeto, al igual que a Idoia Mendia, tanto ahora como en el pasado.
Porque efectivamente, tampoco en el pasado estuvo bien. Y yo mismo, en el pasado, limitaba los efectos de unas pintadas a una cuestión meramente material. Pero no lo era, y menos cuando existía una organización armada activa. Difícilmente se puede construir una república vasca convirtiendo esa república en una pesadilla para una parte importante de esta sociedad. No es desde luego la república en la que sueño.
Sin duda, en la construcción de la paz y la convivencia, la ética tiene una especial importancia y es necesaria. Pero pretender garantizar la construcción de la paz y la convivencia solamente sobre la dimensión de la ética, creo que además de no ser justo, es ingenuo. Esta construcción requiere también de la dimensión de la justicia, de respeto de los derechos humanos. Porque una sociedad avanzada, es una sociedad que construye sus mimbres sobre sólidos criterios de justicia, que es justo lo que hace que no se corrompa la ética. Porque de nada sirve decir que matar está mal, y al mismo tiempo sostener un sistema sobre injusticias. Matar está mal, por supuesto, y una sociedad justa será la mejor garante para preservar ese principio. Y con esto no se pretende justificar nada, porque no se puede. Lo que se pretende es dibujar una sociedad basada en la ética, la justicia y la paz.
Hace ahora dos años visité al preso Mikel Arrieta en mi condición de entonces alcalde, cumpliendo el mandato del Pleno del Ayuntamiento de Errenteria. Este preso lleva 20 años en la cárcel y tiene la enfermedad denominada espondilartropatia crónica seronegativa, una enfermedad grave, incurable y degenerativa. Tuve que desplazarme hasta Algeciras, al igual que lo hacen sus amigos y familiares todas las semanas, pero en su caso con el miedo añadido a sufrir un accidente y no volver a casa. 1200 km de ida, y otro tanto de vuelta. Mikel, pasados 9 años desde que ETA declaró su cese, sigue en la prisión de Algeciras.
Mikel es un ejemplo más, como Patxi Ruiz, de la vulneración de derechos humanos de los presos y las presas. Vulneración por estar a 1200 km de su lugar de origen, o por estar enfermo y no se le haya aplicado ninguna medida de libertad condicional, a pesar de que haya cumplido incluso 20 años de su condena. De eso se trata cuando hablamos de que la ética debe de ir acompañada de la justicia.
Soy consciente de que algunos cambios se están dando en la política penitenciaria, aunque muy tímidos. Y podría llegar a entender la dificultad de este gobierno para solucionar estos hechos, si tenemos en cuenta la presión permanente que ejerce la derecha y extrema derecha sobre este asunto – aunque esa justificación no les sirva a las personas que ven vulnerado día tras día sus derechos -. Pero entonces ¿se puede exigir mayor contundencia en otros casos como se hace con EHBildu? ¿No sería más lógico moverse en la esfera de lo entendible, siempre que quede claro el rechazo expreso a ese tipo de actos? ¿Es que acaso se está actuando con la suficiente contundencia en la garantía de los derechos de los presos y las presas?
Pero pasemos a la dimensión de la convivencia. Las pintadas tanto en sedes de partidos políticos como en la vivienda familiar de una representante pública dificultan enormemente el camino de la construcción de la convivencia. Los procesos de convivencia que vivimos sobre todo en el ámbito local en los últimos años son posibles en gran medida por la lejanía de los acontecimientos. Cuando esos acontecimientos vuelven al presente, no se limitan solo a los hechos concretos, sino que esos hechos generan nuevos hechos. Y también generan emociones, o reviven emociones en aquellas personas que les tocó vivirlas injustamente. Y así entramos en un ámbito de difícil gestión por parte de las mesas de convivencia.
Y mantener alejados de su lugar de origen a más de 200 presos y presas, en la mayoría de los casos en primer grado, dificulta enormemente la construcción de la convivencia. Muchas y muchos están haciendo esfuerzos enormes por la construcción de un futuro de convivencia, y puedo asegurar que muy probablemente todo hubiese sido mucho más fácil, y seguramente hubiésemos avanzado más, si se respetaran los derechos de las personas recluidas. La situación del preso Patxi Ruiz supone un desapego por parte de algunas personas a este proceso de construcción de la convivencia, y el empeoramiento de la situación podría tener consecuencias difíciles de medir. Y todo en algo que se podía haber evitado.
La construcción de la paz y la convivencia es un ejercicio realmente delicado, que se ha de sostener en el compromiso firme de la defensa de los derechos humanos. Pero la construcción de la convivencia también es un camino entre diferentes, de empatías entre diferentes, de sinergias, y no de permanentes reproches. En definitiva, es la combinación entre la firmeza y la flexibilidad. Firmeza ante cualquier obstáculo que impida el camino, y flexibilidad para entender que la complejidad de nuestro pasado solo se puede resolver desde esa misma complejidad, y no desde la simplicidad.
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